lunes, 22 de octubre de 2012

La relación interpersonal: empatía

Recuerdo cierta ocasión en la que una orientadora durante una entrevista me comentó: “no pude decirle nada a aquel hombre, me sentía fatal, tuve que levantarme porque me encontraba totalmente bloqueada, no tenía capacidad para motivarle y encontrar alguna salida a su situación”. Esto es lo que algunos autores llaman el sufrimiento empático. ¿Por qué  tras  años realizando este trabajo había llegado  a experimentar esa emoción?

Como dije en la primera entrada, me gustaría compartir con vosotros mis experiencias relacionadas con las competencias del perfil del profesional de Orientación, esas competencias que le dan “licencia para orientar”.

Tengo una cosa muy clara en este horizonte tan incierto,  algo que he tenido ocasión de comprobar en repetidas ocasiones: el grado de implicación de los profesionales de Orientación, la identificación con su profesión y el alto nivel de compromiso con los destinatarios de su trabajo. Y todo ello en contextos a veces de muchas presiones y dificultades laborales. No voy a entrar en  cómo es ese grado de compromiso y motivación en otros perfiles, pero en esta profesión lo he visto y vivido muy de cerca a través de muchos encuentros de formación y largas entrevistas de evaluaciones.

Volviendo al perfil, es evidente que la relación interpersonal es la base y soporte de los procesos de Orientación y por ello he decidido comenzar por esta competencia y en concreto por una de sus áreas fundamentales: la empatía.


Situados en nuestro contexto, la empatía supone capacidad de contemplar la situación desde el punto de vista de la persona que atendemos, de entender su realidad sin perder el propio marco de nuestra realidad para identificar opciones y planteamientos que le ayuden a conseguir sus objetivos. La esencia de la empatía es darnos cuenta de lo que sienten las personas sin necesidad de que lleguen a decírnoslo e incluso comprender problemas que se ocultan detrás de otros sentimientos.

Los profesionales que tienen un alto nivel de esta competencia se caracterizan por permanecer abiertos a las emociones de los demás, ser positivos, capaces de entender y hacerse entender aunque no estén de acuerdo con su interlocutor, de crear sintonía, ser expresivos, amables, cooperativos y de actuar en beneficio de la persona. Escuchan y comprenden las razones de fondo y los sentimientos y dan opciones en sus itinerarios teniéndolas en cuenta, y sin tratar de imponer su diagnóstico. Son capaces de captar una gran cantidad de información de interés para el éxito del proceso y, en base a esa información, pueden saber lo que está pasando dentro de la persona, lo que está sintiendo.

Por el contrario, los profesionales menos empáticos son más negativos, les cuesta reconocer el sufrimiento de los demás e incluso a veces suelen emplear un estilo que podríamos llamar de “falsa empatía”, algo que ellos mismos suelen percibir muchas veces como empatía. Y es que es una competencia tan valorada que llegamos incluso a engañarnos y confundirla con simpatía, amabilidad, colaboración. De ahí que muchas veces la identificamos  como punto fuerte en nosotros mismos, aunque no sea así, porque sabemos que es algo decisivo para llevar a cabo este trabajo.

¿Y qué le ocurrió a nuestra orientadora? Que al tratar de ayudar a aquel hombre conectó tanto con sus sentimientos, sin permanecer a la distancia adecuada, que acabó contagiada por el mismo sufrimiento, la misma incertidumbre y visión del problema. Perdió su propia perspectiva de la realidad, viendo la situación sólo como lo veía la persona. Y es que parece ser que “el exceso de empatía” puede jugarnos alguna mala pasada. En esa circunstancia somos incapaces de dar opciones, de ayudar a identificar alguna salida con lo cual nuestra intervención pierde toda su eficacia.

Es necesario autorregular las propias emociones y tomar diferentes perspectivas: la de la persona para apreciar su punto de vista, por supuesto la nuestra para no perder nuestra realidad , otra desde un punto de vista externo a los dos buscando objetividad,  incluso otra cuarta posición que respondería al punto de vista del sistema en el que nos movemos (programa, institución).

Qué complicado es controlar la empatía ante tantas historias difíciles a las que estamos expuestos los profesionales de Orientación. Recibimos el impacto cotidiano de las terribles consecuencias del desempleo. Y muy especialmente en este duro contexto de incertidumbre en el que resulta muy fácil “ponerse en la piel de la persona desempleada”.

Confieso que me he sentido alguna vez como María.

jueves, 11 de octubre de 2012

Perfilando...


Primer problema: ¿orientador/a?, ¿profesional de orientación?, ¿personal orientador? Por operatividad, para evitar  esta problemática, utilizaré el término orientador como masculino genérico que incluya a ambos géneros.

Soy consciente de las dificultades y la incertidumbre por las que actualmente estamos atravesando los orientadores y valoro la excelente oportunidad que tengo a través de mi trabajo en la Red Andalucía Orienta de conocer muy de cerca el desempeño de grandes profesionales de Orientación de los que he aprendido mucho.

¿Cuál es el perfil de un orientador laboral? Para contextualizar y concretar me referiré al orientador en Andalucía, una de las primeras comunidades autónomas en la implantación de políticas innovadoras en materia de Orientación (por desgracia también una de las primeras en niveles de desempleo, tiempos difíciles también para la Orientación).

Entendemos por perfil el conjunto de conocimientos, habilidades, actitudes y conductas que el orientador debe aportar y desarrollar para un desempeño exitoso de su ocupación. Esto incluye por un lado unas exigencias en cuanto a titulación académica (titulaciones universitarias de la rama de las ciencias sociales), formación complementaria en diferentes materias relacionadas con el mercado laboral, los perfiles profesionales, la metodología de intervención con diferentes colectivos, las nuevas tecnologías y, por otro lado, un conjunto de competencias claves que diferenciarán la calidad de sus intervenciones. 

Esas competencias claves, diferenciadoras de un desempeño excelente en materia de Orientación, son: Búsqueda y gestión de la información, Desarrollo de interrelaciones, Comprensión interpersonal, Orientación al cliente, Pensamiento analítico, Trabajo en equipo, Preocupación por el desarrollo y Orientación al logro. 

Fue el resultado de un interesante trabajo en el que tuve la suerte de participar hace unos años. No quiere decir que no haya otras competencias importantes y valiosas para un profesional de la orientación, sólo que estas se identificaron como esenciales teniendo en cuenta el contexto, los objetivos y la filosofía del programa en la que desarrollamos este trabajo.

Ocho competencias del perfil del orientador

Cuadro extraído de Manual “El Sistema de Evaluación del Desempeño en la Red Andalucía Orienta”. Servicio Andaluz de Empleo


Habría mucho que decir en relación a la adquisición y desarrollo de cada una de estas competencias y sus diferentes áreas. En próximas entradas iré presentando cada una de ellas. 

Si os interesa, aquí estaré.